lunes, 2 de marzo de 2009

PARADOS

Recorro las estaciones del Metro de Barcelona, solamente la L-5, para comprobar el dimensionado de las mismas en una especie de auditoría sobre proyectos de modernización que una empresa ajena al ayuntamiento barcelonés efectúa. Ya me queda poco para volver a la senda del jubilado parcial.
Es un trabajo tranquilo, sin agobios y muy interesante en cuanto a la apreciación de la vida urbana subterránea.
Los túneles y estaciones del Metro, con sus correspondencias, significan una auténtica ciudad bajo la superficie. Dispone de todo lo que uno encuentra por las calles barcelonesas: desde tiendas y bares hasta talleres de reparación de vehículos.
He observado que en muchas estaciones “reside” un montón de gente, mayoritariamente hombres, que yacen sentados en los numerosos bancos de cada estación y absortos en sus problemas sin que les moleste el vaivén de los pasajeros, el ruido de la cacofonía y de los trenes, ni siquiera cuando las corrientes de aire subterráneo les despeina.

Algunos me dicen que son parados y que no hacen más que matar el tiempo, a la vez que se interesan por lo que estoy haciendo. Son muchos.
De todos, hay uno que está muy desesperado pero que sin embargo no lo aparenta. Ese, por lo que se ve, ha tomado la vida con filosofía oriental y pasa de todas las convenciones sociales y de convivencia haciendo oídos sordos a todas las advertencias e indicaciones sobre seguridad que se le hacen.
Esa persona, en concreto, hace casi toda su vida en una de las estaciones del Metro. Eso no tiene mucha redundancia mediática, miles lo hacen al menos en horarios de funcionamiento de las líneas, y ello lleva a que se ponga en plan doméstico… y fumando en lugares prohibidos expresamente.
De hecho, en toda la red del Metro de Barcelona está terminantemente prohibido fumar, yo que soy empedernido fumador me veo obligado a salir a la superficie, no solamente porque moleste el humo sino simplemente por medidas de seguridad extrema. Figúrense Vds. que hay un escape de algún fluido inflamable y uno enciende el mechero… ¡bum! Incendio a la vista y muy difícil de apagar por la tupida red de túneles y conductos perfectamente ventilados con corrientes de aire que en vez de apagar las llamas las propaga con relativa rapidez.
En todo el subterráneo existen materiales altamente inflamables, cables y demás.
También se puede observar que en casi todas las estaciones se cuelan la gente sin pagar, mayoritariamente sudamericanos, saltando por encima de los torniquetes, en las estaciones todavía sin modernizar su línea de peaje; pasando detrás de otro pasajero cuando se abren las puertas de acceso de las estaciones modernizadas; colándose por debajo de la barra en las entradas para minusválidos; entrando por las dobles puertas de salida cuando un pasajero sale y con ello permite que la segunda compuerta se libere. A pesar de que, si son sorprendidos sin billete, la muta es de 30 euros, además de la correspondiente denuncia en comisaría, cuando el billete cuesta poco más de un euro.
Como no es mi trabajo el vigilar a los pasajeros no puedo dirigirme a esos y esas caraduras sinvergüenzas que dañan a los demás pasajeros que sí pagan.
Lo que me extraña aún, pese a mis largos años en la empresa, es que disponiendo el Metro de vigilantes jurados, algunos con enormes y feísimos perros, no hagan absolutamente nada sobre el asunto. Parecen que están ahí como objetos decorativos.
Lo de los vigilantes es debido a que muchas estaciones están totalmente automatizadas y no disponen de taquillas. En cada estación existe una cabina del jefe de la misma… pero cualquiera le dice que vigile la colación de gente, suele contestar que no es su trabajo y que no quiere que un día le claven un navajazo. Sus razones tendrá porque no aún ignoro cuál es el trabajo del Jefe de Estación si sólo es su propio jefe.

SABIA DECISIÓN

Estamos de nuevo con el sol, brillante y luminoso, encima de nuestras cabezas tras pasar unos largos días muy parecidos a los que pasan los lapones y con un tiempo más parecido al que corre por las islas caribeñas que por estas latitudes.
Sol que desde muy temprano entra de lleno en casa y me deslumbra totalmente al intentar escribir éste artículo. Como no puedo mover la herramienta de trabajo, muevo la persiana aunque reste calor en el entorno. La ubicación de mi casa en el concepto paisajístico de la gran ciudad es formidable: sus tres fachadas reciben de pleno el sol en cada hora correspondiente, obvio cuando el día no amanezca nublado.
En fin, una simple nota de la cotidiana vida de uno con la que inicio este artículo que tratará sobre urbanismo dentro de las pautas a las que alcanzo con dificultades porque no soy tan erudito como quisiera.
Todo el mundo sabe que la institución fundamental del urbanismo en España, como en el resto de países, es la ciudad.
La utilización de las herramientas de urbanismo por instituciones oficiales y/o personas carece normalmente de un criterio homogéneo y unificador para definir la ciudad y puede clasificarse en cualitativo o cuantitativo.
A pesar de que los especuladores juegan fuerte en este aspecto del urbanismo, el cuantitativo (permite medir y comparar espacios), todos debemos insistir en que prime el aspecto cualitativo por su condición fisonómica y morfológica, cosa que no ocurre a menudo.
Así y todo, las competencias sobre urbanismo, aunque sea la ciudad el primer fundamento del mismo, ha de ser regida por entes superiores que controlen el ejercicio de manera uniforme y adecuada a las condiciones imperantes en los respectivos territorios.
En el caso de nuestro país, al existir gobiernos de comunidades autónomas, el gobierno central está plenamente condicionado a delegar esa competencia en ellos, toda vez que resultaría imposible controlar todo el territorio peninsular e insular por un solo ente sin que surjan desavenencias o situaciones abusivas.
Ahora bien, para asumir estas competencias, las instituciones deben saber que dominan un instrumento que abarca todo su territorio, con sus ciudades, pueblos y aldeas para que la cosa no se desmadre, escribiendo en sentido llano.
La decisión de las autoridades de nuestra ciudad, de no asumir las competencias de urbanismo, es una decisión sabia y necesaria que obligará al Gobierno de la Nación a estar más pendiente de ella en la dinámica urbana.
Todo lo contrario de Melilla, que al insistir en querer las competencias sobre urbanismo, destapa la olla de la desconfianza hacia los políticos que la gobiernan sin obviar que, en el hipotético caso de que el Estado cediera las competencias, tendrían que subsistir con sus propios medios financieros y, además, crear un impuesto especial (IVA, o de lujo) porque tendría que aportar a las arcas estatales la parte correspondiente de los mismos y ello llevaría irremediablemente al fraude, si no a la bancarrota ciudadana.

Disponer de las competencias de urbanismo está bien cuando se trata de gobernar sobre un mínimo de cincuenta poblaciones, que mueve mucho, pero no encaja en el concepto de ciudad solitaria porque entonces el desmadre sería demasiado complejo y oneroso para la propia ciudad.
Bueno, doctores hay en el país que expondrían, mucho mejor que uno, los complejos sistemas que arropan las competencias de urbanismo, pero con algo he de llenar esta ventana ¿no?
En fin, poco me queda ya en mi etapa de empleado parcial cumplidor del turno de 2009 y quitarme de encima las complejidades de la arquitectura, con sus dimensiones y demás, para dedicarme de lleno a no hacer nada el resto del año. Bueno, es un decir, hacer, algo haré para no pasarla canutas con la crisis porque el poder adquisitivo de uno está por los suelos.