Mataró, 14 de diciembre de 2006
Publicado en:
El Faro de Ceuta
Diario Sur
Qué!
Esta vez me despierto con una fuerte sensación cosquilleante de escalofríos por todo el cuerpo. Estoy en medio de un puentecillo flanqueado con cadenas de acero y con trazas de haber sido tendido hacia el Medioevo. Tal vez en tiempos fuera uno de esos puentes levadizos izados o bajados a voluntad de los moradores de la fortaleza. El foso que se extiende por debajo, bajo mis pies, no contiene el líquido elemento ineludible en toda estampa medieval que se precie. Está más seco que un bacalao finlandés. De hecho, esa es la impresión que ofrece.
Vuelvo mi mirada al frente hacia el gran portón, de madera y hierros que parecen las fauces de un enorme monstruo bostezando, de acceso al inmenso perímetro amurallado que rodea el gran castillo de planta rectangular, arquitectura única muy alejada de la moda tradicional de la construcción de castillos del medioevo. Me acerco lentamente a la entrada por en medio del puente cuando una mano enorme y enfundada en un guante blanco, con los cinco dedos abiertos, se planta delante de mi cara. Es el vigilante, cuyo uniforme azul marino no destaca precisamente sobre la oscuridad del fondo, que me pregunta a donde voy con una voz nasal saliendo por los altavoces de su enorme nariz que configura un pico de buitre. Aclaro mi postura de simple turista local que viene a recorrer la zona mejor dispuesta para una amplia vista aérea de la ciudad.
Estoy ahora en medio de la rampa de acceso, dejando atrás al portón y al guardia. La corta rampa está pavimentada con adoquines, que me recuerdan las calles de mi ciudad natal, y al final de la misma se bifurca en otras dos rampas abovedadas por sendos y oscuros túneles. Por un instante dudo sobre qué camino seguir, al fin decido subir por la izquierda, tal vez atraído por la visión de un trozo del espacio adornado con rutilantes puntitos de luz.
Cuando llego al final de la rampa tunelada una corriente de frío aire me golpea de manera siniestra. Encamino mis pasos por el pavimento adoquinado, pasando por las almenas que dan al gran puerto lleno de transatlánticos turísticos, y llego a donde quería llegar: a la puerta de entrada del recinto principal del conjunto monumental.
Me encuentro ante una puerta de dos hojas, amplia y en arco, flanqueada por dos garitas y dos cañones de tiempos de mi bisabuelo. Me llevo una desilusión al descubrir que está cerrada pese a que el cartel, situado a un lado del quicio, expone un horario que por lo visto no cumple. Cuando me giro para volver por donde he venido, una figura humana se interpone delante de mí en un fuerte contraste con el fondo iluminado de la ciudad. No descubro, de momento, sus facciones pero el contorno del perfil me da la identificación de que es un hombre de mediana estatura, algo grueso pero no mucho. Ahora puedo verlo mejor, al girar yo mismo y situarme a un costado de la extraña aparición. Me invita a seguirle y andamos un rato en dirección a las almenas que se extienden a todo lo largo de la fachada principal del castillo. Señala la ciudad que se extiende a nuestros pies, luego al castillo a nuestras espaldas y finalmente a la bandera de España que ondea en lo alto de la única estructura sobresaliente del rectangular recinto y con voz estentórea me exclama: ¡¡No se toca!!… me topé con Bono. ¿no te jode?
jueves, 14 de diciembre de 2006
miércoles, 13 de diciembre de 2006
HOY ME HE DESPERTADO...
Mataró, 13 de diciembre de 2006
Publicado en:
El Faro de Ceuta
Diario Sur
Qué!
Hoy me he despertado bastante antes de la hora acostumbrada. No se que es lo que me ha despertado, aunque sospecho que tendrá algo que ver con el sueño que he tenido y que giraba alrededor de un rostro difuso, que se reía a mandíbula batiente rodeado de niños y niñas que giraban alrededor de la sombra que descendía desde ese rostro hasta más allá del suelo y que cubría una enorme pila de libros, que iban siendo apilados por unos revoltosos enanos.
Mientras me afeito me viene a la memoria, como olas empujadas hacia la orilla, escenas del momento onírico que transcurrió por las autopistas de mi inconsciencia. Algunas escenas del sueño giran en torno a una gran perola colocada encima de una fogata y en la que se cuecen miles de ramas, de un árbol que no identifico, mientras una horripilante anciana de amplia falda y sombrero picudo va removiendo lentamente con una larga pala, aupada en una pila de cajas de madera, del tipo de las que transportan frutas, y por cuyos huecos asoman trozos de hojas de blanco papel que van siendo sacados de la perola por otras ancianas más pequeñas mediante unas pinzas de madera y colocados en otras tantas cajas diseminadas por el oscuro cuarto caldeado.
Mi inconsciente se dirige a una bifurcación de las muchas en que se dividen las autopistas de las neuronas y mi vista tropieza, poco más allá de la inmensa hoguera, con un anciano viejísimo de larga cabellera nívea y poseedor de una fantástica y larga barba que le cubre parte de la brillante túnica de un gris azulado arropada por una amplia capa del mismo color aunque más oscura. Está sentado frente a una enorme pila de papel que llega hasta el cielo raso del enorme caserón con aspecto de loft. Con precisos movimientos de ambos brazos, como si espantara a un batallón de moscas, va haciendo girar las blancas hojas de papel de manera un tanto extraña por cuanto son las que están debajo de la enorme pila las primeras en salir, de una en una, y van llenándose de extraños caracteres uniéndose a las que anteriormente había salido y que flotaban en el aire de manera permanente e inmóvil. Van juntándose las hojas mientras salen, hasta dar la forma de un espléndido libro que en determinado momento sale disparado hacia la oscuridad de una de las alas del enorme caserón. Pierdo la cuenta del número de libros que van saliendo de esa altísima pila que nunca se acaba, mientras el viejo sigue imperturbable con sus movimientos de brazos y ahora con una perenne sonrisa en su barbudo rostro, momento en que la escena onírica comienza a disolverse en el confín de una autopista desconocida de mi inconsciente y en cuyo final vislumbro un rostro afeitado que resulta ser el mío reflejado en el espejo del lavabo.
Mientras me estoy tomando el café mi mente divaga sobre el significado de ese sueño. No logro más que volver a meterme en mi inconsciencia y reavivar el sueño interrumpido. Me encuentro ante la enorme puerta de acceso a una gigantesca y lúgubre mansión. Está abierta de par en par y miles de enanos forman una cadena con sus cortos brazos por la que van pasando libros y libros que son dirigidos al interior de unos vagones de tren parados frente a la mansión y que no había descubierto antes. Esos vagones oscuros y siniestros parecen preparados ex profeso para la carga que tragan. Estanterías idénticas a las de las bibliotecas de todo el mundo están alineadas frente a las abiertas puertas correderas de los mencionados vagones y que van desplazándose hacía el interior a medida de que van siendo llenadas por los libros colocados por el último enano de la fila, con una rapidez inaudita. Libros idénticos unos a otros cuyo título de portada no consigo vislumbrar dada la velocidad con que pasan ante mis ojos. A cada minuto van desplazándose los vagones llenos para dar paso a otros vacíos que se llenan con la misma diligencia que los precedentes, parados siempre en un punto exacto frente a la abierta puerta de la gran mansión.
Me sobresalta el pitido de la locomotora, que tiene la virtud de borrar la fantástica visión de mi mente y corro para apagar el despertador, que sigue sonando y que es el verdadero culpable de mi despertar onírico.
Estoy en el coche, camino de mi trabajo y enfilo la autopista de la costa. Mientras voy conduciendo, a sabiendas de que es contraproducente, las escenas oníricas vuelve a mi mente, como reavivadas interiormente por una fuerza desconocida. Me encuentro ahora en medio de la puerta principal de una enorme estación de ferrocarril de una indeterminada ciudad y que da a una amplia plaza urbana. La plaza se encuentra rodeada de siniestros edificios que dan la impresión de que están en ruinas y en cuyos bajos se abren, en todos y cada uno de ellos, sendas tiendas con las abiertas puertas por donde expulsan luminiscencias amarillas como exclamación de las velas que las alumbran. Me siento empujado por alguien y descubro que son los mismos enanos que habían cargado el tren. Ahora están distribuyendo toneladas de libros por todas partes y los dejan en las puertas de las tiendas que no son otra cosa que librerías, ¡librerías alrededor de toda la plaza!. Unos brazos cubiertos por negras mangas van arrastrando las pilas de libros hacia el interior de las mismas, mientras nuevas pilas se van formando en el quicio de las puertas. Un viejo aparece de repente delante de mí, viste un negro ropaje impreciso y porta una vara de madera de cuya punta descarga un fuerte fogonazo de roja luz que me sobresalta. Entro en la realidad a tiempo de frenar bruscamente por cuanto el coche que iba delante estaba parando y sus rojas luces traseras brillan ante mis pupilas.
Me encuentro ahora sentado en la mesa de mi despacho, enciendo el PC mientras leo las noticias de la prensa que me entregó el portero. Al rato descubro en una de las esquinas de la mesa un paquete primorosamente envuelto con una tarjeta de visita. Es de mi editor, me felicita por la última novela que ha tenido una espléndida tirada…, por lo que se ve sigo soñando.
Publicado en:
El Faro de Ceuta
Diario Sur
Qué!
Hoy me he despertado bastante antes de la hora acostumbrada. No se que es lo que me ha despertado, aunque sospecho que tendrá algo que ver con el sueño que he tenido y que giraba alrededor de un rostro difuso, que se reía a mandíbula batiente rodeado de niños y niñas que giraban alrededor de la sombra que descendía desde ese rostro hasta más allá del suelo y que cubría una enorme pila de libros, que iban siendo apilados por unos revoltosos enanos.
Mientras me afeito me viene a la memoria, como olas empujadas hacia la orilla, escenas del momento onírico que transcurrió por las autopistas de mi inconsciencia. Algunas escenas del sueño giran en torno a una gran perola colocada encima de una fogata y en la que se cuecen miles de ramas, de un árbol que no identifico, mientras una horripilante anciana de amplia falda y sombrero picudo va removiendo lentamente con una larga pala, aupada en una pila de cajas de madera, del tipo de las que transportan frutas, y por cuyos huecos asoman trozos de hojas de blanco papel que van siendo sacados de la perola por otras ancianas más pequeñas mediante unas pinzas de madera y colocados en otras tantas cajas diseminadas por el oscuro cuarto caldeado.
Mi inconsciente se dirige a una bifurcación de las muchas en que se dividen las autopistas de las neuronas y mi vista tropieza, poco más allá de la inmensa hoguera, con un anciano viejísimo de larga cabellera nívea y poseedor de una fantástica y larga barba que le cubre parte de la brillante túnica de un gris azulado arropada por una amplia capa del mismo color aunque más oscura. Está sentado frente a una enorme pila de papel que llega hasta el cielo raso del enorme caserón con aspecto de loft. Con precisos movimientos de ambos brazos, como si espantara a un batallón de moscas, va haciendo girar las blancas hojas de papel de manera un tanto extraña por cuanto son las que están debajo de la enorme pila las primeras en salir, de una en una, y van llenándose de extraños caracteres uniéndose a las que anteriormente había salido y que flotaban en el aire de manera permanente e inmóvil. Van juntándose las hojas mientras salen, hasta dar la forma de un espléndido libro que en determinado momento sale disparado hacia la oscuridad de una de las alas del enorme caserón. Pierdo la cuenta del número de libros que van saliendo de esa altísima pila que nunca se acaba, mientras el viejo sigue imperturbable con sus movimientos de brazos y ahora con una perenne sonrisa en su barbudo rostro, momento en que la escena onírica comienza a disolverse en el confín de una autopista desconocida de mi inconsciente y en cuyo final vislumbro un rostro afeitado que resulta ser el mío reflejado en el espejo del lavabo.
Mientras me estoy tomando el café mi mente divaga sobre el significado de ese sueño. No logro más que volver a meterme en mi inconsciencia y reavivar el sueño interrumpido. Me encuentro ante la enorme puerta de acceso a una gigantesca y lúgubre mansión. Está abierta de par en par y miles de enanos forman una cadena con sus cortos brazos por la que van pasando libros y libros que son dirigidos al interior de unos vagones de tren parados frente a la mansión y que no había descubierto antes. Esos vagones oscuros y siniestros parecen preparados ex profeso para la carga que tragan. Estanterías idénticas a las de las bibliotecas de todo el mundo están alineadas frente a las abiertas puertas correderas de los mencionados vagones y que van desplazándose hacía el interior a medida de que van siendo llenadas por los libros colocados por el último enano de la fila, con una rapidez inaudita. Libros idénticos unos a otros cuyo título de portada no consigo vislumbrar dada la velocidad con que pasan ante mis ojos. A cada minuto van desplazándose los vagones llenos para dar paso a otros vacíos que se llenan con la misma diligencia que los precedentes, parados siempre en un punto exacto frente a la abierta puerta de la gran mansión.
Me sobresalta el pitido de la locomotora, que tiene la virtud de borrar la fantástica visión de mi mente y corro para apagar el despertador, que sigue sonando y que es el verdadero culpable de mi despertar onírico.
Estoy en el coche, camino de mi trabajo y enfilo la autopista de la costa. Mientras voy conduciendo, a sabiendas de que es contraproducente, las escenas oníricas vuelve a mi mente, como reavivadas interiormente por una fuerza desconocida. Me encuentro ahora en medio de la puerta principal de una enorme estación de ferrocarril de una indeterminada ciudad y que da a una amplia plaza urbana. La plaza se encuentra rodeada de siniestros edificios que dan la impresión de que están en ruinas y en cuyos bajos se abren, en todos y cada uno de ellos, sendas tiendas con las abiertas puertas por donde expulsan luminiscencias amarillas como exclamación de las velas que las alumbran. Me siento empujado por alguien y descubro que son los mismos enanos que habían cargado el tren. Ahora están distribuyendo toneladas de libros por todas partes y los dejan en las puertas de las tiendas que no son otra cosa que librerías, ¡librerías alrededor de toda la plaza!. Unos brazos cubiertos por negras mangas van arrastrando las pilas de libros hacia el interior de las mismas, mientras nuevas pilas se van formando en el quicio de las puertas. Un viejo aparece de repente delante de mí, viste un negro ropaje impreciso y porta una vara de madera de cuya punta descarga un fuerte fogonazo de roja luz que me sobresalta. Entro en la realidad a tiempo de frenar bruscamente por cuanto el coche que iba delante estaba parando y sus rojas luces traseras brillan ante mis pupilas.
Me encuentro ahora sentado en la mesa de mi despacho, enciendo el PC mientras leo las noticias de la prensa que me entregó el portero. Al rato descubro en una de las esquinas de la mesa un paquete primorosamente envuelto con una tarjeta de visita. Es de mi editor, me felicita por la última novela que ha tenido una espléndida tirada…, por lo que se ve sigo soñando.
martes, 5 de diciembre de 2006
SUEÑO DE NAVIDAD
Mataró, 24/12/2006
Publicado en:
El Faro de Ceuta
El Periódico de Catalunya
Diario Sur
Qué!
He acudido a un hipermercado cercano a la ciudad portando un plan estratégico destinado a cumplimentar mis obligaciones para con la familia y, de paso, completar el cupo de regalos destinados a los más pequeños y que les serán entregados en la Noche de Reyes. Es que soy tradicional.
De pronto noto que me ocurre una cosa extraña; mi vista se nubla por momentos y siento que me voy…, menos mal que es un mal trago que pasa en un minuto. Me he recuperado con sorprendente rapidez pero… ¡qué extraño! ¡No estoy en donde tenía que estar!. Me encuentro de pie, en una pequeña colina de un lugar y de un momento desconocido. Planea sobre mi cabeza un aire fresco pero no frío, pese a que momentos atrás estaba con la bufanda liada a la cabeza y luchando contra el viento helado de la tramontana. Ahora me sofoca y me la quito guardándola en el bolsillo. Ignoro donde estoy.
Aún desconcertado, vislumbro a lo lejos las casas avanzadas de lo que parece ser un pueblo. Tiene que ser un pueblo por cuanto el sistema urbano así lo representa. Me acerco, con el desconcierto cubriéndome por completo, caminando sobre una vereda alfombrada de piedrecillas y que la distingue del resto del terreno, de arcilla árida y seca. La vereda se encuentra flanqueada por suaves colinas pobladas por escuálidos olivares diseminados sin ningún orden ni concierto.
Durante mi camino me he cruzado con personas que visten de manera tan estrafalaria que parecen pordioseros. Pasan por mi lado, entre presurosos y preocupados dándome la impresión de que parece que no me ven. Me miro a mí mismo, estoy vestido con mi gabán de siempre y debajo de él mi traje con la camisa y la corbata perfectamente compenetradas. Vuelvo a mirar a los demás transeúntes de esa vereda; van vestidos de manera que me recuerdan a las figuritas de un pesebre. Figuritas que mis hijos colocan con devoción en un belén que he tenido que montarles en un rincón de la casa. Mi desconcierto aumenta cuando me doy cuenta de que no hay absolutamente nada que me indique que no he abandonado mi ciudad, mi tiempo…, no hay coches, no hay aceras ni calzadas, no hay…
Me he acercado a una especie de puente de madera, bajo el cual transcurren plácidamente unas tranquilas y cristalinas aguas que viene de no se donde y van a no se donde. Unos niños vestidos con harapos y descalzos corren por los alrededores de una fogata en una especie de juego parecido al ori y que les pinta en sus resplandecientes rostros una amplia y sincera sonrisa. Ni me miran. Me acerco a ellos y los llamo. Ni me oyen.
Un caos irracional se apodera de mi mente cuando, después de cruzar el puente acompañado de crujidos ocasionados por las malas junturas de la estructura del mismo, me he acercado a la entrada de esa extraña aldea. La vereda se bifurca en tres brazos; uno de ellos ascendente y que dirige la vista hacia una especie de fortaleza tamizada por un escorzo de neblina y que se vislumbra a lo lejos en lo alto de un montículo. La otra vereda, que conduce hacia la derecha de donde me encuentro, va señalando el camino de una huerta con otro bajo montículo en cuya cima domina una especie de molino construido con toscos materiales entre los que predomina la madera.
Sigo adentrándome en la aldea, cuyas primeras casas me desconciertan aún más por estar construidas de una manera rudimentaria y por materiales que no concibo en mi mente de arquitecto. La gente sigue pasando por mi lado con un total desprecio hacia mi persona. Tanto que se diría que soy invisible. Trato de preguntar a un viejo, que en ese preciso momento pasa por mi lado y que porta sobre sus hombros un pequeño borrego, pero parece ser sordo y mudo. Ni me mira. Cuando trato de dirigirme hacía otro, mi vista se desvía hacía una especie de cuadra, por cuya amplia y desvencijada puerta asoma la cabeza de un burrito. Esa visión me asombra aún más. ¡Estoy viviendo un sueño! ¡estoy contemplando el portal que siempre, desde que era un crío, me habían narrado mis abuelos y mis padres!
Me acerco con el corazón a punto de estallar de alegría, contenido a duras penas por una especie de manto de paz y… la escena que se presenta ante mis incrédulos ojos es de una maravilla imposible de discernir: un precioso niño, del que se desprende una increíble aureola de candor; se encuentra acostado en una especie de cuna, construida con ramas toscamente cortadas y cuyo colchón es un montón de paja cubierta por un paño, rodeado de hombres y mujeres en cuyos iluminados rostros campa la sonrisa más beatífica que he podido contemplar en mucho tiempo. Miro al niño, éste me mira directamente a los ojos y con una abierta sonrisa extiende su mano hacia mí…
Una estruendosa música roquera rebota dentro de mi cerebro y saliendo de una especie de sopor me encuentro delante de un precioso niño, que con su brazo extendido me está pidiendo que lo suba en mis brazos para contemplar el belén que el centro comercial tiene montado en una de las salas cercanas a uno de sus accesos…
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El Faro de Ceuta
El Periódico de Catalunya
Diario Sur
Qué!
He acudido a un hipermercado cercano a la ciudad portando un plan estratégico destinado a cumplimentar mis obligaciones para con la familia y, de paso, completar el cupo de regalos destinados a los más pequeños y que les serán entregados en la Noche de Reyes. Es que soy tradicional.
De pronto noto que me ocurre una cosa extraña; mi vista se nubla por momentos y siento que me voy…, menos mal que es un mal trago que pasa en un minuto. Me he recuperado con sorprendente rapidez pero… ¡qué extraño! ¡No estoy en donde tenía que estar!. Me encuentro de pie, en una pequeña colina de un lugar y de un momento desconocido. Planea sobre mi cabeza un aire fresco pero no frío, pese a que momentos atrás estaba con la bufanda liada a la cabeza y luchando contra el viento helado de la tramontana. Ahora me sofoca y me la quito guardándola en el bolsillo. Ignoro donde estoy.
Aún desconcertado, vislumbro a lo lejos las casas avanzadas de lo que parece ser un pueblo. Tiene que ser un pueblo por cuanto el sistema urbano así lo representa. Me acerco, con el desconcierto cubriéndome por completo, caminando sobre una vereda alfombrada de piedrecillas y que la distingue del resto del terreno, de arcilla árida y seca. La vereda se encuentra flanqueada por suaves colinas pobladas por escuálidos olivares diseminados sin ningún orden ni concierto.
Durante mi camino me he cruzado con personas que visten de manera tan estrafalaria que parecen pordioseros. Pasan por mi lado, entre presurosos y preocupados dándome la impresión de que parece que no me ven. Me miro a mí mismo, estoy vestido con mi gabán de siempre y debajo de él mi traje con la camisa y la corbata perfectamente compenetradas. Vuelvo a mirar a los demás transeúntes de esa vereda; van vestidos de manera que me recuerdan a las figuritas de un pesebre. Figuritas que mis hijos colocan con devoción en un belén que he tenido que montarles en un rincón de la casa. Mi desconcierto aumenta cuando me doy cuenta de que no hay absolutamente nada que me indique que no he abandonado mi ciudad, mi tiempo…, no hay coches, no hay aceras ni calzadas, no hay…
Me he acercado a una especie de puente de madera, bajo el cual transcurren plácidamente unas tranquilas y cristalinas aguas que viene de no se donde y van a no se donde. Unos niños vestidos con harapos y descalzos corren por los alrededores de una fogata en una especie de juego parecido al ori y que les pinta en sus resplandecientes rostros una amplia y sincera sonrisa. Ni me miran. Me acerco a ellos y los llamo. Ni me oyen.
Un caos irracional se apodera de mi mente cuando, después de cruzar el puente acompañado de crujidos ocasionados por las malas junturas de la estructura del mismo, me he acercado a la entrada de esa extraña aldea. La vereda se bifurca en tres brazos; uno de ellos ascendente y que dirige la vista hacia una especie de fortaleza tamizada por un escorzo de neblina y que se vislumbra a lo lejos en lo alto de un montículo. La otra vereda, que conduce hacia la derecha de donde me encuentro, va señalando el camino de una huerta con otro bajo montículo en cuya cima domina una especie de molino construido con toscos materiales entre los que predomina la madera.
Sigo adentrándome en la aldea, cuyas primeras casas me desconciertan aún más por estar construidas de una manera rudimentaria y por materiales que no concibo en mi mente de arquitecto. La gente sigue pasando por mi lado con un total desprecio hacia mi persona. Tanto que se diría que soy invisible. Trato de preguntar a un viejo, que en ese preciso momento pasa por mi lado y que porta sobre sus hombros un pequeño borrego, pero parece ser sordo y mudo. Ni me mira. Cuando trato de dirigirme hacía otro, mi vista se desvía hacía una especie de cuadra, por cuya amplia y desvencijada puerta asoma la cabeza de un burrito. Esa visión me asombra aún más. ¡Estoy viviendo un sueño! ¡estoy contemplando el portal que siempre, desde que era un crío, me habían narrado mis abuelos y mis padres!
Me acerco con el corazón a punto de estallar de alegría, contenido a duras penas por una especie de manto de paz y… la escena que se presenta ante mis incrédulos ojos es de una maravilla imposible de discernir: un precioso niño, del que se desprende una increíble aureola de candor; se encuentra acostado en una especie de cuna, construida con ramas toscamente cortadas y cuyo colchón es un montón de paja cubierta por un paño, rodeado de hombres y mujeres en cuyos iluminados rostros campa la sonrisa más beatífica que he podido contemplar en mucho tiempo. Miro al niño, éste me mira directamente a los ojos y con una abierta sonrisa extiende su mano hacia mí…
Una estruendosa música roquera rebota dentro de mi cerebro y saliendo de una especie de sopor me encuentro delante de un precioso niño, que con su brazo extendido me está pidiendo que lo suba en mis brazos para contemplar el belén que el centro comercial tiene montado en una de las salas cercanas a uno de sus accesos…
lunes, 4 de diciembre de 2006
SE ACERCA NAVIDAD
Mataró, 4 de diciembre de 2006
Publicado en:
El Faro de Ceuta
El Periódico de Catalunya
Diario Sur
Qué!
El tiempo es ahora un ente indeciso que no se decide a entrar a saco con el frío, tal como corresponde a éste mes de diciembre, y sopla de manera harto tímida unas cortas ráfagas de viento helado que son rápidamente difuminadas por un sol que podríamos llamarlo primaveral.
Estamos en el mes que más alegría da a los pequeños y no tan pequeños. Al cúmulo de fiestas dispersas a lo largo de sus treinta y un días se suma las vacaciones escolares para alegría de la huerta menuda y la de un segmento de la población que tuvo su época dorada en nuestra ciudad cuando el servicio militar era obligatorio. A partir del día 21 los chicos ya no tienen clases hasta el 8 de enero próximo, lo que se traduce en varios sustantivos como son la carga familiar y la descarga de los bolsillos.
El segmento de población que he mencionado en el párrafo precedente puede ser llamado de todo, incluso que es insolidarizo y ambicioso. Digo esto último porque aumentan los precios casi un 20% en éstas fechas a través de las que se va acercando la Navidad y los vecinos marinos de Ceuta, esos peces que rodean la ciudad, alcanzan cotas tan altas que, al menos en la península, la mayoría de las familias tendrán que prescindir de los más llamativos y suculentos: rape, merluza y besugo. Sus precios se encarecen entre el 20% y el 30%, que ya es mucho precio. Otro alimento popular en éstas latitudes conllevan el pseudo-insulto entre dientes que muchos hacen contra los que venden ese alimento. Me refiero al cabrito cuyo precio se ha puesto al alcance, sólo, de los maharajás, que no majaras.
Y hablando de que se acerca Navidad con sus excesos comestibles, bebibles y de los otros, una noticia alegra aún más las pajaritas: el Tribunal Constitucional (TC) concede el amparo a un ciudadano que dio positivo en un control de alcoholemia, con casi cinco veces el límite permitido, debido a que no existen pruebas tangibles de que afecte a la conducción del vehículo. Toda una lección de justicia. No se debe ni de debería multar a uno que haya bebido dos cervezas (aunque en el caso dirimido por el TC hayan sido seis como mínimo) mientras no afecte a su conducción y no incumpla las normas de circulación, que por cierto no contemplan la borrachera (con estas palabras, eso creo yo) entre su articulado.
Y como se acerca Navidad, fecha que hoy en día tiene más de comercial que de religiosa, el Gobierno no deja de ser sádicamente especulativo. Mira que tratar de introducir la Ley de la Memoria Histórica precisamente en tiempos, llamados históricamente, de paz. Tiempos en los que todo el mundo desea paz y felicidad, aunque sea con redomada hipocresía. Tratar de meter un libreto que contenga los preceptos de esa Ley de la Memoria Histórica en el mercado nacional de leyes, normas, reglamentos, decretos… es lo mismo que tratar de meterlo en una herida que no está precisamente cicatrizada del todo por culpa de las elucubraciones tenebrosas de esa derecha española más arcaica y retrógrada que democracia alguna tuviera en su seno. Deberían efectuar ese proyecto de ley de la Memoria Histórica en Semana Santa, fecha histórica precisamente, donde reina el dolor y la tristeza en recuerdo de nuestros muertos que no resucitaron, como honor de Aquél que murió clavado en el tronco de un árbol descuartizado (el árbol, no Él) y sobre Quién la Memoria Histórica Religiosa celebra precisamente estas Navidades en un hecho consumado popularmente como es el datar la fecha de nacimiento del Hijo de Dios. Cuando saben perfectamente, hasta el más novel seminarista, que la fecha exacta del nacimiento de Jesús está bastante más distanciada de la indicada.
Y hablando de muertos en fechas cercanas a la Navidad, no deja de ser curiosa la actitud que toman algunos medios informativos después de la muerte del llamado Dictador Pinocho. Mientras Augusto Pinochet estaba entre los vivos, aunque con minusvalías fingidas, los medios de comunicación guardaban respeto y solo se hacían ecos de hechos y noticias de terceros sobre casos ya realizados. La muerte del Augusto ha dejado a algunos “a un gusto” por lanzar diatribas (ciertas algunas, supuestas otras e inventadas las más) contra el Dictador a sabiendas que no serían pillados judicialmente por injurias y acusaciones infundadas, dado que hasta la fecha ni un muerto se ha presentado en el juzgado de guardia para denunciar. Aunque algunos lo trataban de ex dictador… ¿ex?, entonces no debió ser ni siquiera citado judicialmente, porque siendo ex ya no sería lo que fue ¿no?
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El Faro de Ceuta
El Periódico de Catalunya
Diario Sur
Qué!
El tiempo es ahora un ente indeciso que no se decide a entrar a saco con el frío, tal como corresponde a éste mes de diciembre, y sopla de manera harto tímida unas cortas ráfagas de viento helado que son rápidamente difuminadas por un sol que podríamos llamarlo primaveral.
Estamos en el mes que más alegría da a los pequeños y no tan pequeños. Al cúmulo de fiestas dispersas a lo largo de sus treinta y un días se suma las vacaciones escolares para alegría de la huerta menuda y la de un segmento de la población que tuvo su época dorada en nuestra ciudad cuando el servicio militar era obligatorio. A partir del día 21 los chicos ya no tienen clases hasta el 8 de enero próximo, lo que se traduce en varios sustantivos como son la carga familiar y la descarga de los bolsillos.
El segmento de población que he mencionado en el párrafo precedente puede ser llamado de todo, incluso que es insolidarizo y ambicioso. Digo esto último porque aumentan los precios casi un 20% en éstas fechas a través de las que se va acercando la Navidad y los vecinos marinos de Ceuta, esos peces que rodean la ciudad, alcanzan cotas tan altas que, al menos en la península, la mayoría de las familias tendrán que prescindir de los más llamativos y suculentos: rape, merluza y besugo. Sus precios se encarecen entre el 20% y el 30%, que ya es mucho precio. Otro alimento popular en éstas latitudes conllevan el pseudo-insulto entre dientes que muchos hacen contra los que venden ese alimento. Me refiero al cabrito cuyo precio se ha puesto al alcance, sólo, de los maharajás, que no majaras.
Y hablando de que se acerca Navidad con sus excesos comestibles, bebibles y de los otros, una noticia alegra aún más las pajaritas: el Tribunal Constitucional (TC) concede el amparo a un ciudadano que dio positivo en un control de alcoholemia, con casi cinco veces el límite permitido, debido a que no existen pruebas tangibles de que afecte a la conducción del vehículo. Toda una lección de justicia. No se debe ni de debería multar a uno que haya bebido dos cervezas (aunque en el caso dirimido por el TC hayan sido seis como mínimo) mientras no afecte a su conducción y no incumpla las normas de circulación, que por cierto no contemplan la borrachera (con estas palabras, eso creo yo) entre su articulado.
Y como se acerca Navidad, fecha que hoy en día tiene más de comercial que de religiosa, el Gobierno no deja de ser sádicamente especulativo. Mira que tratar de introducir la Ley de la Memoria Histórica precisamente en tiempos, llamados históricamente, de paz. Tiempos en los que todo el mundo desea paz y felicidad, aunque sea con redomada hipocresía. Tratar de meter un libreto que contenga los preceptos de esa Ley de la Memoria Histórica en el mercado nacional de leyes, normas, reglamentos, decretos… es lo mismo que tratar de meterlo en una herida que no está precisamente cicatrizada del todo por culpa de las elucubraciones tenebrosas de esa derecha española más arcaica y retrógrada que democracia alguna tuviera en su seno. Deberían efectuar ese proyecto de ley de la Memoria Histórica en Semana Santa, fecha histórica precisamente, donde reina el dolor y la tristeza en recuerdo de nuestros muertos que no resucitaron, como honor de Aquél que murió clavado en el tronco de un árbol descuartizado (el árbol, no Él) y sobre Quién la Memoria Histórica Religiosa celebra precisamente estas Navidades en un hecho consumado popularmente como es el datar la fecha de nacimiento del Hijo de Dios. Cuando saben perfectamente, hasta el más novel seminarista, que la fecha exacta del nacimiento de Jesús está bastante más distanciada de la indicada.
Y hablando de muertos en fechas cercanas a la Navidad, no deja de ser curiosa la actitud que toman algunos medios informativos después de la muerte del llamado Dictador Pinocho. Mientras Augusto Pinochet estaba entre los vivos, aunque con minusvalías fingidas, los medios de comunicación guardaban respeto y solo se hacían ecos de hechos y noticias de terceros sobre casos ya realizados. La muerte del Augusto ha dejado a algunos “a un gusto” por lanzar diatribas (ciertas algunas, supuestas otras e inventadas las más) contra el Dictador a sabiendas que no serían pillados judicialmente por injurias y acusaciones infundadas, dado que hasta la fecha ni un muerto se ha presentado en el juzgado de guardia para denunciar. Aunque algunos lo trataban de ex dictador… ¿ex?, entonces no debió ser ni siquiera citado judicialmente, porque siendo ex ya no sería lo que fue ¿no?
sábado, 2 de diciembre de 2006
OTRA VEZ
Mataró, 2 de diciembre de 2006
Publicado en:
El Faro de Ceuta
Diario Sur
Qué!
Cuando me preparo para pasar la transición de 2006 a 2007 en un ambiente familiar y tremendamente festivo como corresponde, va y viene la primera noticia de la mañana que me causa estupor y dolor.
El día antes el presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, expuso en una rueda de prensa que España iba bien (un intento de pequeño plagio de las palabras del anterior presidente, el olvidable Aznar López), tanto en lo económico como en lo social y que el planteamiento de la paz iba camino de buen puerto… ¡zas!, buenas palabras que cayeron como fichas de dominó puestas en fila paralelamente y que se hundieron en la nada como los forjados del parking del aeropuerto madrileño.
La bomba puesta por ETA, al menos eso afirma el gobierno, rompe la tregua manifestada y también rompe con todos los moldes de una política llevada para conseguir la paz a costa de luchar en dos frentes: contra la oposición y contra la política independentista etarra, llevada por el brazo político de la ilegal Batasuna.
Desde el primer momento opiné que coincidía con el Gobierno en el camino de la paz emprendido con el diálogo entre las partes implicadas pero, un contrapeso bastante fuerte, me encontraba con la actuación de la Justicia en los pleitos abiertos y las nuevas detenciones de etarras. Más aún que la derecha insistía una y otra vez en mantener abierta la guerra, poniendo por delante la Asociación de Víctimas en sus manifestaciones periódicas.
La decisión de ETA de explosionar una bomba en el aeropuerto de Barajas deja bastante desconcertado al Gobierno, como así lo manifestó el ministro de Interior, y le fuerza a descomponer los planes que tiene para conseguir la paz. De confirmarse definitivamente la autoría de ETA, ya no vale más subterfugios que la de perseguir a los asesinos etarras y sus aprendices esos de la “kale borroka” con todas las fuerzas de la Seguridad del Estado.
La tregua que la propia ETA había levantado indefinidamente, a juzgar por lo que ha ocurrido, era un simple intento de hacer bajar la guardia al Gobierno y pillarlo cuando más confiado estuviera. Ignoro si ETA hubiera actuado así si la oposición (léase PP) hubiera colaborado con el Gobierno olvidándose de la rivalidad política surgida de aquel nefasto 11M. Como simple opinión personal que no obligo a compartir, creo que si la Justicia -que normalmente va muy lenta- hubiera dejado para más adelante los juicios contra los etarras mientras se desarrollaban las negociaciones para la paz, habría ocurrido menos caos y las cosas tal vez fueran diferentes. De ninguna manera quiero expresar que la Justicia archive o deje de juzgar a quienes, a todas luces, se lo merecen. Solamente que hubieran retrasado esos llamativos juicios donde hasta una política se atreve a desafiar con las miradas cruzadas a un asesino, estando éste bien guarnecido en un cubículo, en un momento de soberbia de cara a la galería como lo hizo la presidenta del PP vasco. Gesto inútil que solamente levantan iras de quienes se sienten aludidos y que no sirve ni para defender los intereses de las víctimas.
Pese al atentado, que lo condeno totalmente, quiero creer que éste sea el último cometido por esa tristemente famosa banda para siempre y del año; que cierta diputada pepera catalana ha denominado de manera altamente demagoga UN AÑO CON SOMBRAS, y sobre cuyo artículo doy respuesta en otro. Quiero que los propio vascos condenen implícitamente las actividades criminales de sus propios conciudadanos y se esfuercen en convencerlos que ese no es el camino a recorrer y también quiero dirigirme a los líderes del ilegalizado partido político con éstas palabras: No basta querer por querer, hay que demostrar tener ese querer con palabras y hechos que no rompan el querer ajeno, que no hundan el querer de familias enteras hacia quienes son sus víctimas, víctimas inocentes que dejaron de querer contra su voluntad; víctimas que no tienen arte ni parte en vuestros litigios políticos y ni siquiera, muchas de esas víctimas, os menciona abiertamente. ¿Por qué insistís de esa manera?
En fin, tal vez mi opinión expresada aquí caiga, como siempre, en el roto saco de vuestra indiferencia y sigáis los consejos de vuestra mente que confunde el asesinato con la fuerza para conseguir vuestra independencia. Ahí os dejo con vuestra conciencia y vuestra autoestima.
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El Faro de Ceuta
Diario Sur
Qué!
Cuando me preparo para pasar la transición de 2006 a 2007 en un ambiente familiar y tremendamente festivo como corresponde, va y viene la primera noticia de la mañana que me causa estupor y dolor.
El día antes el presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, expuso en una rueda de prensa que España iba bien (un intento de pequeño plagio de las palabras del anterior presidente, el olvidable Aznar López), tanto en lo económico como en lo social y que el planteamiento de la paz iba camino de buen puerto… ¡zas!, buenas palabras que cayeron como fichas de dominó puestas en fila paralelamente y que se hundieron en la nada como los forjados del parking del aeropuerto madrileño.
La bomba puesta por ETA, al menos eso afirma el gobierno, rompe la tregua manifestada y también rompe con todos los moldes de una política llevada para conseguir la paz a costa de luchar en dos frentes: contra la oposición y contra la política independentista etarra, llevada por el brazo político de la ilegal Batasuna.
Desde el primer momento opiné que coincidía con el Gobierno en el camino de la paz emprendido con el diálogo entre las partes implicadas pero, un contrapeso bastante fuerte, me encontraba con la actuación de la Justicia en los pleitos abiertos y las nuevas detenciones de etarras. Más aún que la derecha insistía una y otra vez en mantener abierta la guerra, poniendo por delante la Asociación de Víctimas en sus manifestaciones periódicas.
La decisión de ETA de explosionar una bomba en el aeropuerto de Barajas deja bastante desconcertado al Gobierno, como así lo manifestó el ministro de Interior, y le fuerza a descomponer los planes que tiene para conseguir la paz. De confirmarse definitivamente la autoría de ETA, ya no vale más subterfugios que la de perseguir a los asesinos etarras y sus aprendices esos de la “kale borroka” con todas las fuerzas de la Seguridad del Estado.
La tregua que la propia ETA había levantado indefinidamente, a juzgar por lo que ha ocurrido, era un simple intento de hacer bajar la guardia al Gobierno y pillarlo cuando más confiado estuviera. Ignoro si ETA hubiera actuado así si la oposición (léase PP) hubiera colaborado con el Gobierno olvidándose de la rivalidad política surgida de aquel nefasto 11M. Como simple opinión personal que no obligo a compartir, creo que si la Justicia -que normalmente va muy lenta- hubiera dejado para más adelante los juicios contra los etarras mientras se desarrollaban las negociaciones para la paz, habría ocurrido menos caos y las cosas tal vez fueran diferentes. De ninguna manera quiero expresar que la Justicia archive o deje de juzgar a quienes, a todas luces, se lo merecen. Solamente que hubieran retrasado esos llamativos juicios donde hasta una política se atreve a desafiar con las miradas cruzadas a un asesino, estando éste bien guarnecido en un cubículo, en un momento de soberbia de cara a la galería como lo hizo la presidenta del PP vasco. Gesto inútil que solamente levantan iras de quienes se sienten aludidos y que no sirve ni para defender los intereses de las víctimas.
Pese al atentado, que lo condeno totalmente, quiero creer que éste sea el último cometido por esa tristemente famosa banda para siempre y del año; que cierta diputada pepera catalana ha denominado de manera altamente demagoga UN AÑO CON SOMBRAS, y sobre cuyo artículo doy respuesta en otro. Quiero que los propio vascos condenen implícitamente las actividades criminales de sus propios conciudadanos y se esfuercen en convencerlos que ese no es el camino a recorrer y también quiero dirigirme a los líderes del ilegalizado partido político con éstas palabras: No basta querer por querer, hay que demostrar tener ese querer con palabras y hechos que no rompan el querer ajeno, que no hundan el querer de familias enteras hacia quienes son sus víctimas, víctimas inocentes que dejaron de querer contra su voluntad; víctimas que no tienen arte ni parte en vuestros litigios políticos y ni siquiera, muchas de esas víctimas, os menciona abiertamente. ¿Por qué insistís de esa manera?
En fin, tal vez mi opinión expresada aquí caiga, como siempre, en el roto saco de vuestra indiferencia y sigáis los consejos de vuestra mente que confunde el asesinato con la fuerza para conseguir vuestra independencia. Ahí os dejo con vuestra conciencia y vuestra autoestima.
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