viernes, 6 de octubre de 2006

UNA LÁGRIMA PERDIDA

Mataró, 06/10/2006
Publicado en El Faro de Ceuta

Miro por la ventanilla del autocar, que me traslada al trabajo en la gran ciudad, al límpido cielo en cuyo confín, unido a la línea del horizonte, se vislumbran una nubecillas oscuras y casi imperceptiblemente mi vista se aleja volando, como transformada en los ojos de un halcón peregrino, por encima de carreteras, pueblos, ciudades, montañas, ríos, embalses y lagos.
He llegado volando ante las tierras gallegas sobre una capa de aire que me transporta velozmente y vislumbro unos límites imaginarios de un concello (municipio) pontevedrés que tiene por nombre Ponteáreas. Sobrevuelo el viejo y carismático Castelo de Sobroso firmemente asentado sobre un promontorio rocoso en la ladera del Monte Landín mientras diviso al mismo tiempo los Castros da Troña enclavados en el cercano monte Dolce Nome de Xesús (Dulce Nombre de Jesús) con sus amplias terrazas ovaladas y mientras me alejo sobrevuelo A Picaraña, donde una extraordinaria roca guarda un precario equilibrio sobre otra más plana desde tiempo inmemorial: es la Pena dos Namorados lugar de tradición donde acudían y acuden las muchachas casaderas; sigo mi vuelo sin saber con certeza a donde me conducirá y diviso en el líquido reguero del Tea una especie de embalse o laguna rodeada de un asentamiento de acampadas: es A Freixa magnífico lugar de veraneo que me trae gratos recuerdos y mientras conjuro éstos recuerdos para centrarme en lo que estoy haciendo, diviso el reformado convento de Canedo, que los franciscanos levantaron allá por 1603. Mi vuelo me lleva en amplios círculos por encima de los campanarios de las ermitas de San Pedro de Angoraes; San Salvador de Padróns; Santo Estevo de Cuimar y la parroquia de San Cibrán en Paredes; después de rasear por encima de los muiños cercanos al río, divisar los numerosos cruceiros diseminados por doquier y los hórreos de las casas veraniegas aterrizo en la terraza de una edificación de dos plantas donde descanso un poco.
Frente adonde me encuentro hay un restaurante, donde en ocasiones he comido muy buenos platos y… unos gemidos me atraen la atención. Provienen del interior de la casa en cuya terraza estoy apoyado. Miro hacia abajo, como buscando por donde introducir mi curiosidad, pero todo está cerrado; un llanto muy quedo se eleva desde un rincón de una de esas ventanas. Afino mi atención y descubro que se trata del lloro de una niña pequeña y los gemidos provienen de otro lugar cercano. La curiosidad puede más que la prudencia y me arriesgo el físico fisgoneando entre las rendijas que la persiana veneciana me concede graciosamente. En la penumbra de la habitación que se proyecta a través de una rendija descubro dos cuerpos tumbados en el duro suelo. Uno de ellos, el más pequeño, parece corresponder al de un chiquillo de unos dos años, pero un chiquillo extremadamente delgado, casi esquelético con el vientre un poco hinchado; poco separado del pequeño cuerpo vislumbro otro, es el de la niña cuyos lloros ha despertado mi curiosidad. Se trata de una niña de tres años tan flaquita que da pena verla, su bonita cara es todo un poema bañado en lágrimas de desesperación, miedo y rabia. No distingo a nadie más en la casa.
No entiendo qué es lo que le está pasando a ese delgadito infante y a esa bonita pero flaquita niña…, de pronto un gemido, más fuerte que los demás, seguido de una suave tos me hace girar la vista hacia el cuerpecito del niño. Ya no se mueve, ya no respira. La niña sigue llorando, ahora está hipando entrecortadamente…, un golpe de luz provinente del fondo de la habitación me asusta haciéndome trastabillar y golpearme el ala derecha…
Alguien, tocándome el hombro, me susurra que hemos llegado, abro los ojos y me doy cuenta de que sigo en el autocar; una furtiva lágrima corre por mi mejilla izquierda hasta caer, mientras me levanto, en un recodo del asiento. No hago nada por limpiarlo… es una lágrima perdida. No puedo hacer nada.

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