martes, 5 de diciembre de 2006

SUEÑO DE NAVIDAD

Mataró, 24/12/2006
Publicado en:
El Faro de Ceuta
El Periódico de Catalunya
Diario Sur
Qué!


He acudido a un hipermercado cercano a la ciudad portando un plan estratégico destinado a cumplimentar mis obligaciones para con la familia y, de paso, completar el cupo de regalos destinados a los más pequeños y que les serán entregados en la Noche de Reyes. Es que soy tradicional.
De pronto noto que me ocurre una cosa extraña; mi vista se nubla por momentos y siento que me voy…, menos mal que es un mal trago que pasa en un minuto. Me he recuperado con sorprendente rapidez pero… ¡qué extraño! ¡No estoy en donde tenía que estar!. Me encuentro de pie, en una pequeña colina de un lugar y de un momento desconocido. Planea sobre mi cabeza un aire fresco pero no frío, pese a que momentos atrás estaba con la bufanda liada a la cabeza y luchando contra el viento helado de la tramontana. Ahora me sofoca y me la quito guardándola en el bolsillo. Ignoro donde estoy.
Aún desconcertado, vislumbro a lo lejos las casas avanzadas de lo que parece ser un pueblo. Tiene que ser un pueblo por cuanto el sistema urbano así lo representa. Me acerco, con el desconcierto cubriéndome por completo, caminando sobre una vereda alfombrada de piedrecillas y que la distingue del resto del terreno, de arcilla árida y seca. La vereda se encuentra flanqueada por suaves colinas pobladas por escuálidos olivares diseminados sin ningún orden ni concierto.
Durante mi camino me he cruzado con personas que visten de manera tan estrafalaria que parecen pordioseros. Pasan por mi lado, entre presurosos y preocupados dándome la impresión de que parece que no me ven. Me miro a mí mismo, estoy vestido con mi gabán de siempre y debajo de él mi traje con la camisa y la corbata perfectamente compenetradas. Vuelvo a mirar a los demás transeúntes de esa vereda; van vestidos de manera que me recuerdan a las figuritas de un pesebre. Figuritas que mis hijos colocan con devoción en un belén que he tenido que montarles en un rincón de la casa. Mi desconcierto aumenta cuando me doy cuenta de que no hay absolutamente nada que me indique que no he abandonado mi ciudad, mi tiempo…, no hay coches, no hay aceras ni calzadas, no hay…
Me he acercado a una especie de puente de madera, bajo el cual transcurren plácidamente unas tranquilas y cristalinas aguas que viene de no se donde y van a no se donde. Unos niños vestidos con harapos y descalzos corren por los alrededores de una fogata en una especie de juego parecido al ori y que les pinta en sus resplandecientes rostros una amplia y sincera sonrisa. Ni me miran. Me acerco a ellos y los llamo. Ni me oyen.



Un caos irracional se apodera de mi mente cuando, después de cruzar el puente acompañado de crujidos ocasionados por las malas junturas de la estructura del mismo, me he acercado a la entrada de esa extraña aldea. La vereda se bifurca en tres brazos; uno de ellos ascendente y que dirige la vista hacia una especie de fortaleza tamizada por un escorzo de neblina y que se vislumbra a lo lejos en lo alto de un montículo. La otra vereda, que conduce hacia la derecha de donde me encuentro, va señalando el camino de una huerta con otro bajo montículo en cuya cima domina una especie de molino construido con toscos materiales entre los que predomina la madera.
Sigo adentrándome en la aldea, cuyas primeras casas me desconciertan aún más por estar construidas de una manera rudimentaria y por materiales que no concibo en mi mente de arquitecto. La gente sigue pasando por mi lado con un total desprecio hacia mi persona. Tanto que se diría que soy invisible. Trato de preguntar a un viejo, que en ese preciso momento pasa por mi lado y que porta sobre sus hombros un pequeño borrego, pero parece ser sordo y mudo. Ni me mira. Cuando trato de dirigirme hacía otro, mi vista se desvía hacía una especie de cuadra, por cuya amplia y desvencijada puerta asoma la cabeza de un burrito. Esa visión me asombra aún más. ¡Estoy viviendo un sueño! ¡estoy contemplando el portal que siempre, desde que era un crío, me habían narrado mis abuelos y mis padres!
Me acerco con el corazón a punto de estallar de alegría, contenido a duras penas por una especie de manto de paz y… la escena que se presenta ante mis incrédulos ojos es de una maravilla imposible de discernir: un precioso niño, del que se desprende una increíble aureola de candor; se encuentra acostado en una especie de cuna, construida con ramas toscamente cortadas y cuyo colchón es un montón de paja cubierta por un paño, rodeado de hombres y mujeres en cuyos iluminados rostros campa la sonrisa más beatífica que he podido contemplar en mucho tiempo. Miro al niño, éste me mira directamente a los ojos y con una abierta sonrisa extiende su mano hacia mí…
Una estruendosa música roquera rebota dentro de mi cerebro y saliendo de una especie de sopor me encuentro delante de un precioso niño, que con su brazo extendido me está pidiendo que lo suba en mis brazos para contemplar el belén que el centro comercial tiene montado en una de las salas cercanas a uno de sus accesos…

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