Mataró, 14 de diciembre de 2006
Publicado en:
El Faro de Ceuta
Diario Sur
Qué!
Esta vez me despierto con una fuerte sensación cosquilleante de escalofríos por todo el cuerpo. Estoy en medio de un puentecillo flanqueado con cadenas de acero y con trazas de haber sido tendido hacia el Medioevo. Tal vez en tiempos fuera uno de esos puentes levadizos izados o bajados a voluntad de los moradores de la fortaleza. El foso que se extiende por debajo, bajo mis pies, no contiene el líquido elemento ineludible en toda estampa medieval que se precie. Está más seco que un bacalao finlandés. De hecho, esa es la impresión que ofrece.
Vuelvo mi mirada al frente hacia el gran portón, de madera y hierros que parecen las fauces de un enorme monstruo bostezando, de acceso al inmenso perímetro amurallado que rodea el gran castillo de planta rectangular, arquitectura única muy alejada de la moda tradicional de la construcción de castillos del medioevo. Me acerco lentamente a la entrada por en medio del puente cuando una mano enorme y enfundada en un guante blanco, con los cinco dedos abiertos, se planta delante de mi cara. Es el vigilante, cuyo uniforme azul marino no destaca precisamente sobre la oscuridad del fondo, que me pregunta a donde voy con una voz nasal saliendo por los altavoces de su enorme nariz que configura un pico de buitre. Aclaro mi postura de simple turista local que viene a recorrer la zona mejor dispuesta para una amplia vista aérea de la ciudad.
Estoy ahora en medio de la rampa de acceso, dejando atrás al portón y al guardia. La corta rampa está pavimentada con adoquines, que me recuerdan las calles de mi ciudad natal, y al final de la misma se bifurca en otras dos rampas abovedadas por sendos y oscuros túneles. Por un instante dudo sobre qué camino seguir, al fin decido subir por la izquierda, tal vez atraído por la visión de un trozo del espacio adornado con rutilantes puntitos de luz.
Cuando llego al final de la rampa tunelada una corriente de frío aire me golpea de manera siniestra. Encamino mis pasos por el pavimento adoquinado, pasando por las almenas que dan al gran puerto lleno de transatlánticos turísticos, y llego a donde quería llegar: a la puerta de entrada del recinto principal del conjunto monumental.
Me encuentro ante una puerta de dos hojas, amplia y en arco, flanqueada por dos garitas y dos cañones de tiempos de mi bisabuelo. Me llevo una desilusión al descubrir que está cerrada pese a que el cartel, situado a un lado del quicio, expone un horario que por lo visto no cumple. Cuando me giro para volver por donde he venido, una figura humana se interpone delante de mí en un fuerte contraste con el fondo iluminado de la ciudad. No descubro, de momento, sus facciones pero el contorno del perfil me da la identificación de que es un hombre de mediana estatura, algo grueso pero no mucho. Ahora puedo verlo mejor, al girar yo mismo y situarme a un costado de la extraña aparición. Me invita a seguirle y andamos un rato en dirección a las almenas que se extienden a todo lo largo de la fachada principal del castillo. Señala la ciudad que se extiende a nuestros pies, luego al castillo a nuestras espaldas y finalmente a la bandera de España que ondea en lo alto de la única estructura sobresaliente del rectangular recinto y con voz estentórea me exclama: ¡¡No se toca!!… me topé con Bono. ¿no te jode?
jueves, 14 de diciembre de 2006
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