jueves, 8 de enero de 2009

IR DE CRUCERO CON TOMADURA DE PELO

Uno de los supuestos placeres de los que buscan aventuras por el mar es viajar en crucero y visitar ciudades históricas en las que recala el buque.
Personalmente creo que hacer un crucero marítimo por nuestro mar no es lo mejor que se me podía ocurrir, además de ser una forma inadecuada para conocer ciudades y culturas.
Nada más incierto, en un programa de crucero turístico, que lo ofrecido en el mismo. Te atiborran de comida –mientras en el mundo pasan hambre 1000 millones de seres humanos-, te marean con atracciones en un supuesto intento de hacer más llevadera la travesía y ello sólo conduce a que la hagas como terapia de tranquilidad de cuerpo más que como aventura.
Las horas pasan lentamente sobre las aguas “marenostrumianas” en la mayor parte del viaje y deja a uno inmerso en una languidez soporífera hasta que llega a la primera ciudad de escala.



¿Qué tal la visita?... ¿Qué visita?, si ni siquiera hemos tenido tiempo de ver las maravillas de la ciudad visitada, todo se ha traducido a un recorrido maratoniano del que te llevas unas cuantas instantáneas fotográficas de unas cuantas fachadas de edificios catalogados como históricos y poco más. Algunas fotos salen movidas por las prisas…
Vuelta al crucero, vuelta a atiborrarte de comida y vuelta a pensar en los pobres hambrientos del mundo.
Las veladas en cubierta son inexistentes, el frío no permite ir con alegría por las cubiertas sin techo. Los salones están a rebosar de gente sencilla, provinente la mayoría de pueblos y aldeas del interior, que creen estar situadas en la cúspide de la alta sociedad cuando no tienen ni idea de lo que hacen. A saber cuantos viajeros se han hipotecado un poco para hacer este crucero.
Los esfuerzos de la tripulación y de los camareros están encaminados a engatusar a los turistas al objeto de distraerlos en referencia a las visitas programadas en las escalas y nada más.
La verdad es que queda un cortísimo tiempo para visitar las ciudades de la lista de escalas. Durante los siete días que dura el viaje, 168 horas, muchas de esas horas se pierden en los atraques; en las supuestas diversiones encima de las aguas; en prepararse adecuadamente para asistir a las mismas, mayoritariamente bailes de salón; en atender las explicaciones de los mandamases del crucero; en atiborrarse de comida hasta casi reventar… Para visitar las ciudades apenas dispones de 20 horas, que se pierden entre autocares y recorridos sin tino.
Lo peor de todo esto fue la suspensión de dos visitas a ciudades muy interesantes, Mikonos una de ellas, con la excusa de que por razones técnicas ello no era posible.
Bien, ya sabía que me encontraría con algo de todo eso. No ignoraba que la tomadura de pelo de estos cruceros sería mayúscula… pero nadie desdeña una invitación por una vez en la vida. Aunque esa invitación sea para entrar en la cámara de torturas estomacales. Siempre se aprende.
No digo que no se hagan esos cruceros sino que nunca más volveré a hacerlos. Aunque me inviten por todo lo alto. Desde luego que nos venden los huevos pero no la gallina.
De pasada, en la mayoría de las veladas en la que se forman corros de tertulias, las noticias más comentadas son dos: la salida de Aznar y la matanza de palestinos. Bajo la atenta mirada de un oficial del buque, se discutió un poco sobre las palabras racistas del ex presidente del Gobierno en referencia a la elección del nuevo presidente de EE.UU. Nos enzarzamos en los pros y los contras de esa declaración. Visto lo visto, Aznar no podía caer tan bajo como está demostrando y lo de la FAES ya resulta ser una cosa a estudiar profundamente… tiene las mismas características del embrión de un partido fascista, de un supuesto partido totalmente antidemocrático que nos trae al recuerdo aquellas actitudes de los falangistas antes de la guerra española. Ojo al dato, aunque para algunos ceutíes son cosas que les alegran las pajarillas.
Para terminar este crucero escrito y vivido, no echaré de menos la imposición de dar propinas a los tripulantes y camareros, colocados marcialmente en el corredor de salida, con las ávidas palmas de las manos extendidas como impidiendo el paso si no se pagaba el tributo exigido…

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