lunes, 19 de enero de 2009

TEMPORAL

He dado un paseo por el frente marítimo de Mataró, recordando la costa ceutí aunque sin nostalgia porque vivo a caballo entre las dos ciudades.
Fuerte oleaje levanta grandes olas contra la larga playa del Maresme y los espigones desaparecen bajo las aguas dejando una bellísima estampa de caos marino.
La resaca arrastra enormes cantidades de arena y dejando un rastro de piedras oscuras que forman los cimientos de la hermosa playa mataronense, hasta ahora cubiertos por fina y reluciente capa de arena de grosor variable.
Hubo un tiempo, algo lejano, en que Ceuta padeció un temporal de los que nunca se olvidan. No recuerdo exactamente en qué año pero seguramente uno de los comprendidos entre 1960 y 1964. Lo digo porque yo mismo estuve en el centro del formidable temporal que se levantó aquellos días.



Acababa de salir de la Academia del Valle, en la calle Sargento Mena, y no habíamos dirigido, un grupo de compañeros de clase, a la Marina que entonces no tenía ninguna extensión añadida.
Nos asomamos al malecón, que entonces era un grueso muro de media caña y con los bordes redondeados y que estaba alineado a lo largo del paseo, como a dos metros del bordillo de la actual acera de la misma Marina. El mar del interior del puerto estaba terriblemente picado y las olas que la bocana permitía entrar eran tremendas y el nivel de las aguas subía varios metros sobre el linde donde siempre habían llegado.
En determinado momento de aquella mañana, sentimos como una especie de temblor que recorría toda la avenida de la Marina y de pronto, como aparecida de la nada, una enorme ola se levantó en pleno centro del interior del puerto y avanzando tan rápidamente que no nos dio tiempo a retirarnos, se alzó muy por encima del paramento que nos separaba del mar y nos caló hasta los huesos arrojándonos con fuerza en medio de la calzada.
Aquello si que fue un temporal de muy padre y señor mío, aunque después nos enteramos que fue un maremoto de cortísima duración, y si no ocurrieron mayores desgracias fue por la espléndida situación de nuestra ciudad, defendida por sus altas murallas.
No recuerdo con exactitud qué daños sufrió Ceuta aquellos días, pero creo que fueron considerables en aquellas zonas que no estaban defendidas por la muralla. Si alguien recuerda aquello, mucho le agradecería que escribiera los hechos y los mandara a nuestro periódico.
Ahora, con las noticias de los temporales que se levantan por el norte de nuestro país, es cuando viene a la memoria de uno ciertos sucesos que cambiaron algo la vida cotidiana de nuestra ciudad.
Por mucho que se empeñe el ínclito Mariano Rajoy, nuestro presidente del Gobierno no tiene arte ni parte en los temporales que azotan su terruño gallego, tan acostumbrados como estamos de que todos los males que ocurren en el país los endose Rajoy a Rodríguez Zapatero.
Para temporal el que se levanta dentro del propio PP, que siempre ha declarado que es uno, solo y autoritario partido y que desconoce las autonomías aunque gobierne en algunas de ellas. Las luchas intestinas por dominar una de las fuentes del poder del capital, Caja Madrid, están mostrando ante los ojos de la opinión pública la verdadera fisonomía de los conservadores, ávidos como están de tener en sus manos las llaves de la economía.
Montserrat Nebreda, del PP catalán lleva tiempo con los ojos abiertos, a pesar de su desafortunada mención a cierto acento andaluz, y es una de las que declaran sin tapujos. La catedrática de Derecho Constitucional no tiene este título porque sí y ve las cosas como una auténtica demócrata y la libertad de opinión, por lo que se ve y lee, la utiliza con cierto arte desequilibrante. Bien por ella. Ya escribí un artículo, sobre la misma, tiempo atrás.
Aunque muchos periodistas escriban mal su apellido y lo ponen con la “r” de Nebrera. Es Nebreda, como ese pueblo de Burgos de tan sólo 88 habitantes cuyo alcalde tiene connotaciones de fígaro porque se apellida Barbero. Nebreda, el pueblo de Burgos, está libre de temporales marinos porque su situación geográfica y la altitud a la que está, 915 m sobre el nivel del mar, los impiden.

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