jueves, 8 de enero de 2009

VIRUS INELUDIBLES

Tras los largos días de fiesta, diversión y derroche económico (pero menos), un nuevo frente se abre ante las narices, nunca mejor dicho, de todos los componentes de mi familia y de no pocas familias de amigos.
He escrito de narices, porque precisamente de narices va la cosa.
Uno ve que la cabeza empieza a estar un poco rara, como si realmente no supiera estar en su sitio, eso es encima de los hombros.
Después de que uno sienta la cabeza un poco rara, no tarda nada en instalarse en ella un sentido intangible que tiene el nombre de dolor. Un dolor que se expande por todas y cada una de las células grises del cerebro causando desconcierto e inseguridad, haciendo peligrar a veces la verticalidad de uno.
Viene luego de sentirse con la cabeza un poco rara y con un dolor “in crescendo”, un picor que se va expandiendo por toda la tráquea y que tiene su inicio en la punta más meridional de los pulmones. Ese picor alcanza el gaznate a velocidad de vértigo y sale por la boca, después de hacer temblar los dientes, muelas y lengua, a toda velocidad convertido en una explosión de catastróficas consecuencias para el medio ambiente.



Esa explosión tiene un nombre: tos. Esa tos no es por culpa de fumar, que quede claro.
Luego de que uno haya tosido unas cuantas veces con el consiguiente desequilibrio emocional (se pone uno perdido de mocos y lágrimas) y físico, el cuerpo no tarda en reaccionar y llama al 112 interno para que corran a defenderlo. Lo malo es que con tantas carreras calientan las pistas y la temperatura del cuerpo asciende de manera ultrasónica. A esto se llama tener fiebre, todavía no como la de un caballo.
Al sentir uno que la fiebre le está quemando los epiteliales, nota poco a poco que los músculos no aguantan tanta tensión térmica y comienzan a formar “bolos” unos con otros hasta dejar las extremidades hechas puros sacos de boxeador.
Llega un momento que no hay más remedio que tumbarse a la bartola, con fiebre eso sí, y no hacer nada más que utilizar el pañuelo de papel -¡qué tiempos aquellos en que se guardaban los mocos en los bolsillos de pantalones y chaquetas!, ¡qué asco!- y capear el temporal en forma de toses de cualquier manera.
Los medicamentos no harán absolutamente nada. El virus que entra por las narices es totalmente inmune a las medicinas.
Me estoy refiriendo, como Vds. ya sabrán, a la famosa y poco popular gripe. Un vehículo infeccioso que nunca será vencido; porque si lo fuera arruinaría a miles de laboratorios farmacéuticos e incrementarían el paro.
Muchos confunden resfriados o catarros con gripes y no es correcto eso. La gripe es mucho más que un goteo constante de expectoraciones.
Uno ha tratado, a lo largo de su vida, de encontrar una solución para detener el proceso gripal y jamás lo ha conseguido. Solo se ha tenido que seguir el curso natural de evolución del maldito virus, de siete a diez días, que con las toses va expulsado a sus hijos para que se busquen la vida en narices cercanas. Hasta que envejece y muere. Su ataúd es un moco duro que es arrojado a las procelosas aguas del retrete.
Mientras, los hijos recorren el mundo de nariz en nariz, hasta que un hijo de los hijos de aquel virus que me invadió vuelve a posar su cuerpo en uno de los huecos de mi nariz y vuelta a repetir el proceso. Así indefinidamente.
Igual que los bancos. Aunque menos ladinos.

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